La responsabilidad de construir una política de transición energética
justa
Edwin Palma Egea
Presidente
de la Junta Nacional
Unión
Sindical Obrera
@PalmaEdwin
Esta semana han llovido noticias sobre la transición energética:
El reino saudí anuncia la salida a bolsa de Aramco, la empresa de mayor
valor en el mundo y aunque el heredero al trono no ha dicho cuántas acciones
van a vender, si se sabe que los recursos enormes que recibirán se invertirán
en la transición energética y el abandono de la dependencia del petróleo.
El presidente del gobierno de España anunció inversiones por 250 mil
millones de euros en la próxima década para la transición energética en ese
país, que es uno de las veinte naciones que según la ONU tienen planes reales
para cumplir el Acuerdo de París. Y uno solo, los EEUU se han salido del
acuerdo.
Se presentó también un balance de los avances en la búsqueda de la
sustitución de los combustibles fósiles en la industria aérea. Hay aviones muy
pequeños que ya se alimentan con baterías, pero falta mucho tiempo para
encontrar como producir energía con baterías que no pesen, quepan y duren 24
horas, es decir faltan decenas de años.
Y los Emiratos Arabes Unidos inauguraron el campo de paneles solares más
grande del mundo a pesar de que todo el subsuelo es un lago de petróleo y gas,
el país organizador de la exposición universal de Dubai 2020 avanza hacia la
transición de la mano de Siemens con inversiones multimillonarias.
Mientras tanto el precio del petróleo sigue subiendo y la OPEP anuncia
que la demanda mundial de energía crecerá un 25% hasta 2040, no es pues solo un
problema de sustitución, es también cómo llevar agua y luz, cómo abandonar el
uso de leña para cocinar, cómo alimentar, vestir y darle ingresos a 1200
millones de nuevos terrícolas que nacerán en ese periodo.
En Colombia hay propuestas, y bonitas presentaciones de powerpoint,
pero los planes son insuficientes. El país no cumplirá las metas del Acuerdo de
París con la estrategia que tiene hoy, el consumo de energía aumentará y casi
todo lo que se habla del tema es en términos más de negocio que de bienes y
servicios públicos, ni que decir de hablar del derecho a la transición
energética o al aire limpio.
Hace poco los campos de explotación de petróleo de Casabe y Tibú pararon
su producción y las dos regiones sintieron un fuerte impacto económico, social
y laboral por la suspensión de la actividad petrolera. Es una pequeña evidencia
empírica de nuestra dependencia del crudo y de las complejidades que vamos a
enfrentar cuando iniciemos la transición energética.
Hace poco tuve la oportunidad de participar en un encuentro global sobre
transición energética en Holanda, por invitación de la FNV, y pude concluir que
el tema apenas está construyéndose. Que existen normales tensiones entre el
sindicalismo y el ambientalismo y que hay puentes que deben construirse para
enfrentar al contradictor en común: el capitalismo.
No nos puede alegrar el ahora denominado “Capitalismo verde”. Han
llegado a Colombia a quedarse con nuestros aires y vientos y ya encuentran
resistencia en las comunidades, solo en la Guajira hay registrados 63 proyectos
privados de generación de energía del aire, el sol o las mareas.
La semana pasada en un evento que sobre este tema organizó la
Universidad del Magdalena, organizaciones sociales y ambientales ya empezaron a
reconocer las comunidades los impactos que también tienen las llamadas
“energías alternativas”. Hay posiciones diferentes, mucho que hablar, mucho que
acordar, pero debemos hacerlo sin maniqueísmos ni dogmas y apelando a los
hechos.
Apagar los pozos o cerrar las minas parece una tarea fácil que muchos
sectores ciudadanos reclaman. Pero el cierre como política de choque contra la
producción de petróleo y la refinación de combustibles, tiene consecuencias
negativas si se emprende sin la planeación necesaria para hacer una transición
que minimice los efectos negativos. Si se hace a la ligera, nos tocaría, por
ejemplo, importar crudo, posiblemente reabrir plantas de carbón, inclusive producir
carbón de leña para cocinar. Se perderían miles de empleos al igual que cerca
del 12% de los recursos que obtiene el estado para su funcionamiento. Sería un
remedio peor que la enfermedad.
El petróleo ha sido una gran fuente de recursos para las limitadas
políticas sociales diseñadas por la tecnocracia neoliberal desde la Constitución
de 1991. El sistema tributario del país está construido para favorecer a las
grandes empresas y corporaciones multinacionales, que pagan menos impuestos de
lo que les correspondería por temor a que, si se los suben, se irían del país.
Colombia es de los países con menores tasas de tributación de América Latina y con
la renta petrolera y minera se compensa esa baja tributación y les permite a
las élites políticas simular un precario Estado Social de Derecho.
Hasta hace poco se creía que los combustibles fósiles tenían sus días
contados por agotamiento de las reservas. Pero ya es claro que no es así, al
contrario, la producción global ha aumentado en parte gracias a la fracturación
hidráulica, que ha llevado a Estados Unidos a ser uno de los grandes
productores de petróleo y gas a bajo costo desplazando al carbón. Claro, eso
genera grandes polémicas, técnicas y políticas o ambas, por ejemplo, el
gobierno británico enfrenta unas elecciones generales el 12 de diciembre,
mientras tanto aparece un estudio que indica que no hay certeza sobre la
cantidad o intensidad de los sismos que el fracking podría provocar, ese
estudio se convierte en el pretexto del gobierno conservador para abandonar su
política pro-fracking y decidir suspenderlo, buscando además ganar unas
elecciones difíciles. La crisis de los combustibles fósiles está en los
primeros lugares de la agenda pública global por el agotamiento político de la
industria petrolera y el clamor social por la transición a energías más limpias
para salvar al planeta, pero sobre todo a la especie humana.
La transición energética es una necesidad y el mundo -a pesar de Trump- avanza
en ese camino. La degradación ambiental y la reacción ciudadana mundial nos
llevan a replantear la industria, a fijar metas y plazos eficientes para
abandonar los combustibles fósiles y adoptar nuevas tecnologías. Hasta el
gobierno lo reconoce, claro con su visión neoliberal que consiste en entregarle
el nuevo negocio energético a las multinacionales y los capitales extranjeros.
Las élites no ven la transición como un camino para generar trabajo decente y nuevos
recursos para disminuir las enormes desigualdades sociales y territoriales que
impiden el desarrollo del país con un enfoque de derechos. Ellos ven el fin del
petróleo como un negocio que se acaba y no se les ocurre que es indispensable pensar
cómo reemplazar esos ingresos, 228.000 empleos y el bienestar que generan, en
cómo van a transitar de oficios e ingresos los millones de familias colombianas
que viven de la minería y el petróleo.
Siendo responsables con nuestra comunidad, en la USO impulsamos un
modelo petrolero justo, democrático y nacionalista, pensando en una transición que
conserve empleos e ingresos para las comunidades con las nuevas fuentes
energéticas. Pero las élites opacas, colonizadas y violentas se niegan a negociar
la nueva agenda energética con nosotros y con el resto de la sociedad. Mientras
nosotros defendemos que Ecopetrol lidere la transición, conservando su carácter
público –es decir, de todos los colombianos- y consolidando las iniciativas que
alrededor de ese propósito se adelanten, la clase política busca vender más
acciones y salir de Cenit vendiéndola al mejor postor, o al mejor lobista.
Si Ecopetrol, como empresa pública que acumula la experiencia y el
conocimiento del país con sus empleados y colaboradores en el sector, no lidera
la transición ¿quién la va a hacer? Pues las empresas multinacionales que están
listas a asumir el nuevo negocio con menos empleados e inversión. Por eso la
primera tarea nuestra es defender a Ecopetrol y a Cenit como patrimonio de
todos, evitar su desmembramiento y la subasta de nuestros activos resultado de
un ahorro de generaciones.
No podemos bajarnos del bus al que nos subimos en 1922 (hace 97 años)
porque los trabajadores somos parte de la transformación, tenemos el conocimiento
y la experiencia para pensar, proponer y avanzar en la discusión para fijar una
política de transición. Y, sobre todo, somos los únicos que defendemos la
visión democrática, con equidad y con visión social de la repartición de las
riquezas nacionales. La necesidad de no dejar desamparados a los millones de
colombianos (incluyendo al Estado) que viven alrededor de las industrias de
combustibles fósiles debe ser un principio en la política de transición
energética.
Ecopetrol adelanta algunos proyectos de energías verdes: tiene un pequeño
desarrollo solar en el Meta al que le falta recursos para investigación y una
mayor inversión para expandirlo. La empresa tiene la vocación y la capacidad
para adelantar muchos más proyectos, pero le falta decisión política. Mantener a
Ecopetrol como empresa pública es un asunto de interés nacional, y para
defenderla necesitamos poder político. El poder político para fijar una agenda de
transición que no sea impuesta por los intereses de las minorías de siempre o
por las nuevas corporaciones energéticas que ya se están tomando el mercado
nacional. Tenemos buenas ideas, experiencia e iniciativas para aportar en el
debate que nos conduzca a una política de transición energética nacionalista,
democrática y justa. Pero necesitamos implementarla para que no se quede en
archivos digitales.
En la USO tenemos que liderar los estudios para entender cómo vamos a
remplazar los ingresos del petróleo, los empleos y el bienestar que irradia a
través de los programas sociales por limitados que sean. Tenemos que convocar a
los expertos a analizar el tema para enfrentar los impactos en las comunidades
y los trabajadores. Esta es la política pública que tenemos la obligación de
construir. Nosotros como Sindicato del sector, vamos a construir, con otros
actores académicos, sociales, globales, una propuesta de transición energética
justa y razonable y se la presentaremos al país para la discusión. Este evento
hace parte de eso que tenemos que hacer.
Tenemos mucho por hacer.
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